Caminaba la melancólica Amelia por su jardín una tarde de invierno, cuando de pronto se fijó en una pequeña mariposa que estaba atrapada en una lámpara de cristal.
Cuanto más luchaba la mariposa por liberarse, más atrapada quedaba. La muchacha sabía que si tocaba la lámpara se quemaría, pero que si no lo hacía, la mariposa moriría.
Conmovida, Amalia liberó con cuidado a la mariposa, que se marchó revoloteando mientras una exclamación de dolor brotaba de sus labios al sentir una pequeña quemadura en el dorso de su mano.
Sin embargo, el dolor fue rápidamente apagado por la felicidad. En aquel momento, el corazón de la joven comprendió —porque hay cosas que solamente se entienden con el corazón— una gran lección que nunca olvidó y que transformó su vida.
Comprendió que cuando ayudaba y hacía felices a los demás, en realidad estaba fabricando su propia felicidad.
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